El sábado 23 de junio, justo después de comer, 20 miembros del coro del Instituto Giner de los Ríos, con su directora Concha Vilches, salimos del patio del Instituto en un autocar cedido por el Centro. Hubo que esperar unos minutos porque el conductor, al hacer una maniobra precipitada, chocó contra una pared y el cristal trasero se hizo añicos. Así que tuvimos que esperar la llegada de otro autocar para poder partir. El viaje transcurrió sin incidentes y sin cánticos, ya que Concha no nos deja desperdiciar el “oro” de nuestra voz antes de un concierto.
Hicimos dos paradas en el camino: una poco antes de la frontera y otra cerca de Almaraz. Las dos paradas cerca de cafeterías o bares de carretera, para que pudiéramos comer algo, estirar las piernas, etc. Recuerdo que en la primera cafetería tenían una tienda con recuerdos para turistas, mezclados con productos de supermercado, y una de nuestras niñas, al coger un pequeño abanico, comentó con las demás: “¡no abanica nada, pero es supermono!” Concha y yo que estábamos cerca, nos miramos y nos reímos, porque es el tipo de comentario espontáneo que tiene gracia en determinado contexto, y quedó como leitmotiv en otras situaciones.
Al entrar en Madrid, Rocío Aguiar, nuestra querida compañera que hace su último viaje con este coro porque ya completa sus 6 años en Lisboa (sniff, sniff), hizo de guía y nos fue explicando lo que veíamos: “a la izquierda la Casa de Campo, el río Manzanares (pobre río, casi no se veía rodeado de un astillero, piedras, tablas, arena, grúas), los jardines del Campo del Moro, la Plaza de España con sus estatuas del Quijote y Sancho Panza (más obras), la Gran Vía…”
Finalmente, la calle Raimundo Fernández Villaverde nº6 y una entrada muy estrecha al patio del Aula de Arte Dramático. Nuestro conductor, al contrario de lo que había pasado en Lisboa, hizo una maniobra impecable y metió el autocar en el patio con pericia de experto. Algunos profesores de teatro, su director y actores, que ya conocíamos de cuando vinieron a Lisboa a representar “Orfeo Afónico”, estaban esperándonos y nos acompañaron a los apartamentos que nos habían reservado en la calle Hernani, cerca de la Plaza de Cuatro Caminos.
Allí dejamos nuestras cosas amontonadas en uno de los pisos y, sin tan siquiera ir a “lavarnos las manos”, nos fuimos a cenar a un restaurante situado muy cerca de la Escuela de Teatro, con mesas al aire libre, lo que se agradecía, porque hacía muchísimo calor. Pedimos unas tapas de calamares a la romana, revuelto de morcilla y de ajetes, chistorra con patatas y muchos sándwiches para los más jóvenes.
Dos de nuestras niñas apenas comen y hay que pedirles por favor y casi obligarlas a que coman algo. Los demás no tienen ningún problema en este aspecto y menos que nadie nuestros “bajos”. En la cena también estuvo Luís, el novio de Concha, encantador, cariñoso y siempre de buen humor.
Cuando terminamos era ya muy tarde, pasaba de la 1h de la mañana y nos fuimos directamente a dormir, ya que al día siguiente no se nos podían pegar las sábanas. Lo malo es que hacía tanto calor que incluso con las ventanas abiertas de par en par sudábamos como pollos. Quizá porque era difícil dormirse así, uno de los chicos decidió asustar a las niñas (con éxito) y llamar a su puerta, meter papeles por debajo de la misma, etc.
Creo que algunas lloraron de miedo, pero al día siguiente todo estaba olvidado.
Día 24
La verdad es que los apartamentos eran excelentes, y no nos faltaba de nada. ¡Teníamos incluso una cocina con hielo en la nevera! El agua salía calentita para la ducha, había jabón líquido, secador de pelo, muchas toallas, cepillos y pasta de dientes, de todo.
Nos levantamos a las 8h30 y nos reunimos para desayunar en una cafetería justo enfrente de los apartamentos. Yo me pedí un “suizo a la plancha con mermelada” para matar saudades de mi anterior vida en Madrid. ¡Qué bien me supo! Es mi desayuno favorito, acompañado de una taza de café con leche muy poco original. Ya reconfortados con el desayuno, nos fuimos andando a la Escuela para un último ensayo, todos con nuestro uniforme blanco y negro. Las instalaciones del Aula de Arte Dramático son muy buenas, creo que antes pertenecían a un banco.
Concha había traído nuestras partituras y prendas de cocineros (para cantar “El Menú”) en grandes bolsas. A las doce entrábamos cantando en dos filas por los laterales del Salón de Actos la nana andaluza “Fuentecilla”, y nos reunimos en el escenario, como habíamos ensayado. Cantamos las siguientes canciones: “El Carrer”, “Rock Trap” (percusión), El Menú”, “Cantares”y “Trai-Trai”(portuguesa). Creo que nos salió bastante bien, hubo muchos aplausos y la gente parecía contenta. Descubrí entre el público a Gloria, una exmaestra de Infantil del Instituto, que fue alumna mía de portugués y que está ahora trabajando en Madrid. Yo le había enviado un e-mail avisándola del “evento”. También fue profesora de Sandra, una de las sopranos (mi punto de apoyo cuando me equivoco). Al terminar nuestra actuación, salimos cantando otra vez “Fuentecilla”, y empezó la entrega de premios y diplomas a los alumnos de la Escuela de Teatro. Terminó con un emotivo discurso de su director Guillermo, que nos dijo que por una vez los políticos, siempre tan criticados, habían cumplido sus promesas: el Aula se convertía en Escuela y las instalaciones nuevas estaban prácticamente listas. Dijo también (y eso fue lo que más nos tocó) que no hicieran caso a los agoreros que les decían que la profesión de actor era una profesión sin futuro. Por supuesto que tenían futuro. No el futuro soñado generalmente por la gente, que consiste en tener mucho dinero y salir en las revistas, sino un futuro que consistía en llevar el arte dentro y en defenderlo como a algo sagrado. (Quizá mi memoria me traicione y esté añadiendo palabras inútiles a algo tan bonito y sencillo que nos dijo, aunque en esencia fue eso, y espero que sea verdad). Luego volvimos al escenario para cantar “Gaudeamus” con los profesores y alumnos del teatro, y al final Concha le entregó a Guillermo un libro precioso sobre Lisboa, y nosotros recibimos todos una camiseta roja con el logotipo del Aula de Arte Dramático de Madrid.
Finalmente, después de más aplausos y saludos al público, nos fuimos a comer al barrio de Lavapiés invitados por la Escuela de Teatro. Nos fuimos en metro, todos muy alegres y metiéndonos con Álvaro, que es nuestra “mascota”, por ser el más pequeño y tan salado. El restaurante estaba en la calle Ave María y se llamaba “Rillón”. Nos lo pasamos muy bien, siempre entre bromas, y comimos macarrones, un bistec empanado con patatas, flan y café, todo ello acompañado de vino tinto con casera y agüita para los niños. Guillermo no se pudo quedar hasta el final porque no se sentía bien, pero los demás todavía cantamos “Porque es una chica excelente” dedicada a Rocío, y otras canciones que se le iban ocurriendo a Luís.
Nos despedimos de los “actores” con promesas de reencuentros y posterior colaboración y nuestro grupo bajó la calle hasta Atocha, pasando por el Conservatorio y el Museo Reina Sofía. Allí me separé de los compañeros que seguían una visita turística en el autocar del Instituto, porque quería visitar a unos amigos míos. Aproveché también para entrar en un VIP’S, echar una ojeada a los libros y discos, y comprarles unos regalitos a mis nietos que llegan la próxima semana a Lisboa. Volví a la calle Hernani a la hora de cenar y me encontré con todos los componentes del grupo que salían de los apartamentos hacia la Plaza de Cuatro Caminos, donde hay un MacDonald’s – el objeto de deseo de todos los alumnos sin excepción. Los profesores teníamos otras preferencias, pero las sacrificamos con gusto o resignación. Rosa nos recomendó el helado, que es realmente bueno y muy cremoso.
Todavía tuvimos fuerzas para acercarnos al restaurante de la noche anterior y sentarnos para tomar una copa y charlar, mientras los niños corrían alrededor y jugaban al escondite. El calor había desaparecido. Finalmente, medio muertos y prometiéndonos una noche de sueño profundo y reparador nos fuimos a dormir. Al día siguiente, el bar de enfrente estaba cerrado por ser domingo, así que nos fuimos con nuestras maletas hasta la escuela de Teatro, dejamos nuestras cosas en el autocar, y desayunamos en una cafetería que había un poco más abajo. Antes de meternos en el coche, Juana y yo nos compramos El País y unas revistas que nos entretuvieron durante el viaje de vuelta.
En la primera parada, antes de la frontera, varias profesoras compraron cajas de fruta (higos y cerezas, si no recuerdo mal) que una señora estaba vendiendo a la entrada de la cafetería. La segunda parada la hicimos ya en Portugal y fue en Estremoz, para ver la preciosa Pousada Rainha Santa Isabel, que fue el palacio del rey D. Dinis. Dentro de la pousada nos hicimos muchas fotos en la escalera de la entrada, y otras en el exterior, cerca de la estatua de la aragonesa que fue reina de Portugal. Y ya nos esperaba nervioso el conductor, porque había un partido de fútbol de la selección, y tanto él como Víctor y Enrique tenían prisa por llegar para poder verlo. Felizmente llegamos bien y a tiempo. Misión cumplida.
Vera Pinto-Coelho