4-5 de junio de 2005
Coro Xoven da Catedral de Tui
Coro Instituto Español de Lisboa “Giner de los Ríos”
Coro Xoven da Catedral de Tui
Coro Instituto Español de Lisboa “Giner de los Ríos”
Los esforzados viajeros camino de Galicia, orgullosos del programa que tienen por delante.
Reunidos ante la Catedral de Tui.
En el mirador de Monte Olaia (Sólo a ellos se les podía ocurrir mirar al fotógrafo en lugar de al paisaje)
Ensayo en la Catedral de Tui.
Todos juntos en el Claustro
Saliendo a actuar.
Recuerdos del Viaje a Galicia
El día 4 de junio de 2005, los componentes del coro del Instituto Español “Giner de los Ríos”, de Lisboa, bajo la dirección de Concha Vilches, salieron del Instituto a las 8h de la mañana en un autocar facilitado por el Instituto en dirección a Tuy, ciudad fronteriza de Galicia. Luz Rodríguez, la directora del coro de La Rúa y del Coro Xoven da Catedral de Tui, que había venido con sus “muchachos” a cantar en el Centro Gallego de Lisboa el 14 de mayo, le había propuesto a Concha que cantáramos en la Catedral de Tuy, quedándonos alojados en el albergue del Monte Aloia. Llevábamos varios temas religiosos para cantar durante la misa (Signore delle cime, Tebe Poem, el Canon “Da pacem domine”), y un par de temas más (la Chacona y Cantares) para cantar después. En el grupo de mayores estábamos Blanca y Manuel, Rocío, Rosa, Estela, Vítor, Concha y yo. El resto de componentes eran alumnos y alumnas del Instituto. Seríamos unas treinta personas. Teníamos que llevar un saco de dormir, una linterna, algo para comer en el camino y el desayuno del día siguiente. Como siempre, una blusa o camisa blanca y falda o pantalones negros. Y allá nos fuimos tan contentos, con un bonito día de sol. No podíamos cantar en el camino para no cansar ni estropear la voz, pero hicimos juegos, adivinanzas, bromas, siestas… Concha había llevado unos vídeos musicales o DVD’s, pero no lograron poner en marcha el aparato del autocar.
Paramos para comer en un “Área de Serviço” con mesas fuera, bajo unos árboles. Hacía ya mucho calor y buscábamos sombra y agua fresca. Comimos nuestros bocatas y fruta y fuimos a buscar agua y cafés al bar. Volvimos al autocar. Había otros autocares aparcados, pero el nuestro era el más bonito, porque en el cristal delantero estaba pegado el símbolo del coro: la imagen de un grupo de hombre y mujeres con partituras en las manos y las bocas abiertas para cantar muy afinaditos. Un miembro del coro la había pintado y sentía alguna vanidad al verla ahora en lugar de destaque.
Llegamos al parque natural del Monte Aloia aún de día. El parque está bastante cerca de Tuy en la sierra do Galiñeiro, y para llegar al albergue hay que subir la sierra. En frente del albergue, una iglesia muy antigua y medio abandonada, y un gran espacio con árboles altos alrededor. Lo primero que hicimos fue repartirnos por las dos habitaciones con literas que había. El conductor del autocar se coló en una de las habitaciones, sin que nadie se atreviera a oponerse. Luz se lo facilitó, pensando que era lo establecido. Al final se lo perdonamos porque era discreto y conducía muy bien. Una vez distribuidos y colocadas nuestras cosas encima de las camas, nos fuimos a dar un paseo a pie, para conocer el monte. Tiene unas vistas maravillosas sobre el valle del río Miño y se ve Tuy abajo y Valencia del otro lado del río. Bajamos parte del monte por caminos del interior y volvimos a subir, unos más rápidos que otros (yo pensé que me moría). Hicimos varias fotos, apreciamos la cantidad y variedad de los árboles y arbustos, respiramos aire puro, y llenamos los ojos de cosas bonitas. Al llegar, con los ojos más brillantes, nos reunimos para cantar, bajo la dirección de Concha primero, y de Luz después. Por cierto, que en el primer ensayo hubo bastantes risas, y Luz, que llegó sin que nos diéramos cuenta, alucinaba. Aprendimos dos canciones nuevas: “O voso galo” y otra con palabras y ritmos africanos (Dubula). En este ensayo estaban presentes los jóvenes del coro de Tuy, que habían venido a recibirnos.
Finalmente, nos fuimos a cenar, en un restaurante cerca del albergue: empanadas gallegas con distintos rellenos (de chocos y de bonito) y una carne de ternera. Había mucha hambre y todo nos pareció muy rico. Durante la cena hubo discursos e intercambio de regalos. Luego nuestros anfitriones organizaron una “queimada” al aire libre, y estuvimos cantando y recitando exconjuros, mientras otros jugaban a un juego de pistas con las linternas. También hubo quien bebiese vodka más de la cuenta. Creo que quien lo hizo, a causa de su juventud, desconocía su medida y los efectos desagradables y molestos que el beber demasiado trae consigo pasada la euforia.
Y nos fuimos a la cama tarde y cansados, pero reconfortados con la queimada. Pero nos costó mucho dormirnos: en una habitación porque alguien roncaba tan fuerte que parecía más bien el motor de una trainera, en la otra, porque un olor desagradable se había infiltrado, consecuencia de la botellita de vodka.
Día 5 de junio:
Entre las 8.30 y las 9.00 nos despertamos y nos fuimos a duchar, unos con agua fría, otros con agua calentita (yo tuve esa suerte), otros ni se ducharon. Después nos fuimos a la cocina a prepararnos cada uno su desayuno y nos fuimos a tomarlo al aire libre. Estaba previsto que nos fuéramos a un terreno del monte a hacer estiramientos con Luz, pero yo, despistada como soy, sólo me enteré cuando ya estaban terminando. Pude ver algunos caballos salvajes que se paseaban por allí e hice algunas fotos. Luego ya recogimos nuestras cosas y nos metimos en el autocar para bajar a Tuy.
Cerca de las 11h de la mañana estábamos en Tuy, y allí nos llevaron a hacer una visita turística a pie. Nos acompañaron miembros del Coro Xoven, chicos y chicas, muy serios en su papel de guías. Bajamos hasta el río y volvimos a subir viendo las iglesias antiguas, las plazas y casas de piedra, hasta llegar a la Catedral, del siglo XII, que me recordó la de Lisboa, porque también parece una fortaleza con almenas y todo. Tiene una fachada gótica y un claustro precioso, más antiguo.
A las 12.30, estábamos ensayando detrás del altar mayor. No sé si por ser un sitio encerrado, si por el olor de velas y flores, dos de nuestras niñas se desmayaron, una detrás de la otra. Se quedaron muy blancas y se desplomaron. Mientras, había llegado una antigua profesora del Instituto, Carmen Janeiro, que venía a vernos y a escucharnos. Y Carmen, por supuesto junto con Luz y Concha, se ocuparon de reanimar a estas dos coleguitas, que más tarde pudieron incorporarse al coro y cantar con todos nosotros.
Creo que nos salió bastante bien la actuación en misa. El novio de luz tocaba el órgano y Concha cantó, con Luz y su coro, algo que no habíamos ensayado y que me pareció muy difícil. Terminada la misa, salimos de detrás del altar, nos acercamos a los bancos y cantamos las otras canciones que habíamos preparado y que fueron muy aplaudidas. Es que somos unos artistas.
El párroco nos había preparado una comida en la sacristía. Pensábamos que serían unos pinchos, pero no, era una comilona, con empanada, tortillas, bebidas, canapés, tartas, en fin que nos pusimos morados. La sacristía, preciosa, tenía artefactos arqueológicos por los rincones: parece ser que en anteriores excavaciones encontraron ruinas romanas y medievales. Y habían montado dos grandes mesas para nosotros. Otra vez hubo intercambio de recuerdos, brindis y terminamos cantando todos “O voso galo”. En el claustro nos hicimos fotos, y ya nos despedimos y nos fuimos hacia los autocares.
En el viaje de vuelta ya podíamos cantar, así que cantamos todo lo que se nos ocurrió, con preferencia de “o voso galo” y de una canción de Adriana Calcanhoto “Sou eu assim sem você”. No recuerdo dónde nos paramos para comer, pero sí recuerdo que fue un viaje tranquilo, sin incidentes, y que llegamos a la hora prevista al Instituto, hacia las siete de la tarde. Fue una buena experiencia, divertida, y creo que nos servirá para ganar confianza en nuestras posibilidades y para tener conciencia de nosotros mismos como un “todo”, un grupo que se une para cantar y que merece nuestro esfuerzo.
Vera Pinto-Coelho
Paramos para comer en un “Área de Serviço” con mesas fuera, bajo unos árboles. Hacía ya mucho calor y buscábamos sombra y agua fresca. Comimos nuestros bocatas y fruta y fuimos a buscar agua y cafés al bar. Volvimos al autocar. Había otros autocares aparcados, pero el nuestro era el más bonito, porque en el cristal delantero estaba pegado el símbolo del coro: la imagen de un grupo de hombre y mujeres con partituras en las manos y las bocas abiertas para cantar muy afinaditos. Un miembro del coro la había pintado y sentía alguna vanidad al verla ahora en lugar de destaque.
Llegamos al parque natural del Monte Aloia aún de día. El parque está bastante cerca de Tuy en la sierra do Galiñeiro, y para llegar al albergue hay que subir la sierra. En frente del albergue, una iglesia muy antigua y medio abandonada, y un gran espacio con árboles altos alrededor. Lo primero que hicimos fue repartirnos por las dos habitaciones con literas que había. El conductor del autocar se coló en una de las habitaciones, sin que nadie se atreviera a oponerse. Luz se lo facilitó, pensando que era lo establecido. Al final se lo perdonamos porque era discreto y conducía muy bien. Una vez distribuidos y colocadas nuestras cosas encima de las camas, nos fuimos a dar un paseo a pie, para conocer el monte. Tiene unas vistas maravillosas sobre el valle del río Miño y se ve Tuy abajo y Valencia del otro lado del río. Bajamos parte del monte por caminos del interior y volvimos a subir, unos más rápidos que otros (yo pensé que me moría). Hicimos varias fotos, apreciamos la cantidad y variedad de los árboles y arbustos, respiramos aire puro, y llenamos los ojos de cosas bonitas. Al llegar, con los ojos más brillantes, nos reunimos para cantar, bajo la dirección de Concha primero, y de Luz después. Por cierto, que en el primer ensayo hubo bastantes risas, y Luz, que llegó sin que nos diéramos cuenta, alucinaba. Aprendimos dos canciones nuevas: “O voso galo” y otra con palabras y ritmos africanos (Dubula). En este ensayo estaban presentes los jóvenes del coro de Tuy, que habían venido a recibirnos.
Finalmente, nos fuimos a cenar, en un restaurante cerca del albergue: empanadas gallegas con distintos rellenos (de chocos y de bonito) y una carne de ternera. Había mucha hambre y todo nos pareció muy rico. Durante la cena hubo discursos e intercambio de regalos. Luego nuestros anfitriones organizaron una “queimada” al aire libre, y estuvimos cantando y recitando exconjuros, mientras otros jugaban a un juego de pistas con las linternas. También hubo quien bebiese vodka más de la cuenta. Creo que quien lo hizo, a causa de su juventud, desconocía su medida y los efectos desagradables y molestos que el beber demasiado trae consigo pasada la euforia.
Y nos fuimos a la cama tarde y cansados, pero reconfortados con la queimada. Pero nos costó mucho dormirnos: en una habitación porque alguien roncaba tan fuerte que parecía más bien el motor de una trainera, en la otra, porque un olor desagradable se había infiltrado, consecuencia de la botellita de vodka.
Día 5 de junio:
Entre las 8.30 y las 9.00 nos despertamos y nos fuimos a duchar, unos con agua fría, otros con agua calentita (yo tuve esa suerte), otros ni se ducharon. Después nos fuimos a la cocina a prepararnos cada uno su desayuno y nos fuimos a tomarlo al aire libre. Estaba previsto que nos fuéramos a un terreno del monte a hacer estiramientos con Luz, pero yo, despistada como soy, sólo me enteré cuando ya estaban terminando. Pude ver algunos caballos salvajes que se paseaban por allí e hice algunas fotos. Luego ya recogimos nuestras cosas y nos metimos en el autocar para bajar a Tuy.
Cerca de las 11h de la mañana estábamos en Tuy, y allí nos llevaron a hacer una visita turística a pie. Nos acompañaron miembros del Coro Xoven, chicos y chicas, muy serios en su papel de guías. Bajamos hasta el río y volvimos a subir viendo las iglesias antiguas, las plazas y casas de piedra, hasta llegar a la Catedral, del siglo XII, que me recordó la de Lisboa, porque también parece una fortaleza con almenas y todo. Tiene una fachada gótica y un claustro precioso, más antiguo.
A las 12.30, estábamos ensayando detrás del altar mayor. No sé si por ser un sitio encerrado, si por el olor de velas y flores, dos de nuestras niñas se desmayaron, una detrás de la otra. Se quedaron muy blancas y se desplomaron. Mientras, había llegado una antigua profesora del Instituto, Carmen Janeiro, que venía a vernos y a escucharnos. Y Carmen, por supuesto junto con Luz y Concha, se ocuparon de reanimar a estas dos coleguitas, que más tarde pudieron incorporarse al coro y cantar con todos nosotros.
Creo que nos salió bastante bien la actuación en misa. El novio de luz tocaba el órgano y Concha cantó, con Luz y su coro, algo que no habíamos ensayado y que me pareció muy difícil. Terminada la misa, salimos de detrás del altar, nos acercamos a los bancos y cantamos las otras canciones que habíamos preparado y que fueron muy aplaudidas. Es que somos unos artistas.
El párroco nos había preparado una comida en la sacristía. Pensábamos que serían unos pinchos, pero no, era una comilona, con empanada, tortillas, bebidas, canapés, tartas, en fin que nos pusimos morados. La sacristía, preciosa, tenía artefactos arqueológicos por los rincones: parece ser que en anteriores excavaciones encontraron ruinas romanas y medievales. Y habían montado dos grandes mesas para nosotros. Otra vez hubo intercambio de recuerdos, brindis y terminamos cantando todos “O voso galo”. En el claustro nos hicimos fotos, y ya nos despedimos y nos fuimos hacia los autocares.
En el viaje de vuelta ya podíamos cantar, así que cantamos todo lo que se nos ocurrió, con preferencia de “o voso galo” y de una canción de Adriana Calcanhoto “Sou eu assim sem você”. No recuerdo dónde nos paramos para comer, pero sí recuerdo que fue un viaje tranquilo, sin incidentes, y que llegamos a la hora prevista al Instituto, hacia las siete de la tarde. Fue una buena experiencia, divertida, y creo que nos servirá para ganar confianza en nuestras posibilidades y para tener conciencia de nosotros mismos como un “todo”, un grupo que se une para cantar y que merece nuestro esfuerzo.
Vera Pinto-Coelho